domingo, 1 de enero de 2017

La memoria y la nostalgia

Los que me conocen ya saben que cuando encuentro una frase breve y sencilla, en general procedente de un gran autor al que difícilmente cito por falta de memoria,  y que es capaz de sintetizar sin dejar dudas una idea más compleja y más larga, acabo aburriéndolos de las veces que puedo llegar a repetirla. Pues de eso se trata en esta entrada: "hay que tener memoria y no nostalgia".
Hace algunos días intentaba explicar el origen del nombre del blog, y se me ocurrió que para documentar con imágenes el invento buscaría fotos antiguas del Seminario de Huesca. Lo hice y para mi sorpresa la búsqueda me llevó a contactar con un amigo que había estado conmigo hace la friolera de como poco 45 años.
La antigua Facultad de Medicina de Zaragoza
Ni que decir tiene que la memoria, a veces olvidadiza de tiempos que parecen muy lejanos, estimulada por la emoción del contacto, disparó sobre mi cabeza un alud de recuerdos y de imágenes de los años 1967 a 1971, que fue el tiempo que coincidimos juntos en el Seminario: los otros compañeros, alguno que ya nos dejó..., el rector, los profesores, los juegos, la disciplina, la familia, las risas, etc. etc.
Con este estado de las cosas no nos costó mucho concretar una fecha en estos días de Navidad para vernos y comer juntos en Zaragoza que es donde actualmente reside mi amigo. Yo pasaría los días festivos con mi familia en Villanueva de Sigena (Huesca) y hacer una escapada sería realmente sencillo.
Así que el miércoles 28 de diciembre fue el día elegido y nos dirigimos a Zaragoza con una niebla que llevaba castigando a la zona más de un mes. Llegamos al punto donde habíamos quedado y la verdad es que no nos costó nada reconocernos y darnos un abrazo casi con la misma sensación del ilustre profesor que después de años retornó a la cátedra y dijo a sus alumnos: "...decíamos ayer..." En el fácil reconocimiento han sido de gran ayuda nuestras respectivas fotos del perfil del blog.
Paseo breve por las paradas navideñas de la plaza del Pilar, hasta llegar a una céntrica cafetería de la calle Alfonso en la que hacemos hora hasta que la esposa de Antonio salga de trabajar y podamos ir a comer. Pili nos deja solos, con la excusa de ir a mirar unos escaparates ya que la calle es la más comercial de toda la ciudad.
Así que al abrigo de un cortado y un café con leche, empezamos a recordar los tiempos pasados en el seminario. Las versiones de uno y otro difieren relativamente poco, con lo que apreciamos que nuestra memoria "remota", para bien o para mal sigue funcionando correctamente. Las cosas que más recupera nuestra memoria son los buenos momentos, o al menos eso parecen ahora, porque la verdad es que tener que esconderse las croquetas en el bolsillo de la camisa porque no te gustan, o por el mismo motivo vaciar las lentejas en el cajón que cada uno teníamos en nuestra mesa del comedor, hoy es simpático y casi una travesura. En aquella época te jugabas un tortazo en toda regla, que ciertamente pudimos probar en algún momento de nuestra estancia.
El recuerdo de los compañeros también es coincidente, los serios, los del TDAH a quienes hacía referencia en una entrada anterior, los graciosos, los líderes, los que se fueron..., y la curiosidad nacida en ese momento de saber que será de todos aquellos chavales que vivíamos juntos 24 horas al día, casi 300 días al año (solo teníamos vacaciones en semana santa, navidad y el verano; los fines de semana no estaban inventados aún). Desde aquí animo a contactar conmigo a cualquiera que pasase por el seminario en aquellos años. Solo por el placer de volverse a saludar.
Antonio y yo con Servet
Una vez agotado el tiempo de charla que pasó en un suspiro fuimos a buscar a Carmen, la mujer de Antonio, a la salida de su trabajo, que había reservado una mesa para el mediodía. Una maravillosa sorpresa la que nos depararon para comer: habían buscado un restaurante que estaba en el edificio que albergó en su momento la antigua facultad de Medicina de la Universidad de Zaragoza, donde yo había pasado los dos primeros cursos en la época de estudiante de medicina. Comimos con vistas a la entrada del antiguo Hospital Clínico, en la misma zona que estaba la cátedra de Anatomía y el aula de Histología donde pasé tantas horas.
Allí la conversación dio un salto de 45 años y empezamos a hablar de qué hacemos ahora, donde estamos, nuestros hijos, la jubilación como no. O sea presente y futuro. Por fortuna también de manera unánime decidimos que estamos bien, que nuestro momento personal, achaques a parte, es el que toca, con una familia y unos amigos que queremos y nos quieren, y con unas expectativas razonablemente optimistas de lo que haremos los próximos años, si las fuerzas del destino así lo tienen a bien.
Después de la buena comida (migas de pastor y cazón, comí yo) nos dirigimos paseando a casa de mis amigos, conocimos a sus dos hijas y "un gato" (algún día contaré porque va entre comillas), una familia encantadora y acogedora, con la sensación una vez más que no han pasado 45 años.
Nos despedimos, no sin antes prometernos que nos veríamos en breve, ya que un espacio de tanto tiempo otra vez es inviable por razones estrictamente biológicas, y emprendimos el viaje de regreso a Villanueva con la misma niebla que vinimos, quizá un poco más espesa...
Como decía al principio, creo que se cumple adecuadamente la premisa que inicia esta entrada: Hay que tener memoria (la tuvimos...), pero no nostalgia (estamos bien y cualquier tiempo pasado no fue mejor, como mucho distinto).
P.D.: Gracias a Antonio, Carmen y sus hijas por una jornada increíble. Espero poder devolvérsela muy pronto.

1 comentario:

  1. Para mi fue emocionante el reencuentro después de 45 años... próximos a la jubilación espero pasar más ratos como éste día.

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